La alegría es una sensación que se deriva del amor, nace de valorar y agradecer el preciado don de la vida, surge en las profundidades del ser como respuesta al correcto actuar, pensar y decir. Está adentro de cada uno, un poco relacionada con la diversión, la recreación y el disfrute, pero con diferencias de fondo, porque la alegría sale de adentro, hacia afuera, mientras que las otras van en sentido contrario.

Estar alegres es estar llenos de paz, de amor por la vida y gratitud por todo lo que nos rodea, cuando una persona es alegre, jamás pierde su alegría, porque siempre está ahí, sin importar lo que pase afuera. Ella hace que las tareas duras y aburridas se vuelvan agradables y se puedan disfrutar, también logra que los tiempos difíciles sean más suaves y fáciles de llevar. Todo mejora y cambia de panorama cuando lo bañamos con una buena dosis de alegría, atrae personas, situaciones y cosas positivas, porque vibra en la frecuencia del amor.

Una persona alegre no busca herir los sentimientos de los demás, no juzga a otros ni califica sus acciones, porque para hacer esto hay que estar amargados y desconectados del amor divino que hay en nosotros y la alegría aleja estas conductas de la mente y nos acerca a nuestra verdadera esencia. La alegría viene, de la conciencia, de la certeza da hacer las cosas bien, del amor y la capacidad de servir a los demás y de dar siempre lo mejor que hay en nosotros. Sólo lo mejor de nosotros puede relacionarse con lo mejor de los demás, así que cuando estamos alegres contagiamos a los demás y los llenamos de esa energía divina logrando sacar de ellos sus mejores cualidades.

Nuestra alegría, contagia las tristezas de otros, apoya el camino difícil de quienes aún no han logrado llegar a ella, aminora el dolor ajeno y despierta  el ánimo en los corazones abatidos.

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